miércoles, 29 de octubre de 2008

Segovia, vista con el corazón

DIEGO ROVÉS / Segovia

Segovia es una ciudad que hay que visitar con el corazón abierto. Abierto para observar el empedrado de sus calles, para disfrutar de la arquitectura de su centro histórico, para pasear por los jardines y el interior del Alcázar, para descubrir el pasado de Antonio Machado en su casa museo, para rendir culto a su preciosa catedral y para alimentar la vista con la magnitud del acueducto.

La apariencia del centro histórico de Segovia es digno de ver y de caminar. Cada una de sus calles es un placer para el paseo. Un aspecto bucólico que invita a parejas de enamorados a esconderse en cada rincón. Segovia incita a perderse por sus callejuelas, sin que el visitante sea dónde va a ir a parar.

Su catedral, Santa María, es conocida como la "Dama de las Catedrales", por la magnitud de su construcción y su elegancia. Sus fachadas y sus pináculos sorprenden al turista y hacen un efecto llamada al que es imposible resistirse. Con una mezcla de gótico y renacentista, con puntos barrocos,Trotamundos recomienda pararse unos instantes a contemplar las numerosas capillas que se encierran dentro del templo. Y, si el turista tiene suerte como servidor, puede disfrutar del momento en el que una novia, vestida de blanco, hace entrada triunfal a la catedral.

Obligada es la visita a los jardines y al interior del Alcázar, un edificio que pasó de ser fortaleza de la ciudad, a Palacio Real y, posteriormente, a colegio. Su decoración interior no es original de la construcción, pero sí de la época. Eso sí, de los pocos elementos ornamentales que quedan del Alcázar real, lo más destacable son sus techos, de detalle muy preciso. El guía se encargará de contar a la perfección la historia del Alcázar y de los que en él habitaron. Si usted es como yo, adorará la sala de los Reyes, donde sobre los frisos están esculpidos los reyes de Castilla y Asturias, por orden cronológico. Lo malo, lo de todos los palacios de este estilo, que sólo enseñan un 25% de las estancias de la construcción.

El poeta y dramaturgo Antonio Machado pasó en Segovia gran parte de su vida, en una pensión del centro histórico que ahora es la Casa Museo de Antonio Machado. Allí elaboró su obra teatral. Al contrario que el Alcázar, todos los detalles de esta casa son absolutamente reales. La antigua pensión permanece en su estado original, ya que su dueña murió hace escasos años. Cuando el visitante pase a la cocina, comprobará el olor del carbón aún vivo. Da la sensación de que aún hay vida en cada rincón de esa casa, en cada pasillo y en cada habitación. Si el visitante es humano, sentirá como se le encoge el corazón al leer las cartas del poeta a su amada, Guiomar, o al contemplar el dormitorio donde Machado redactó tantas páginas de sus libros. Un dormitorio que, también, se conserva tal cual.

En una de las principales plazas de la ciudad se erige el majestuoso acueducto. Allí, el turista podrá disfrutar de un café en alguna de las muchas cafeterías, a los pies de la construcción. Es de destacar que esta construcción es de origen romano. Los romanos, para levantarlo, no siguieron ninguna estructura, simple intuición, colocando piedra sobre piedra con su característica precisión. En este lugar es habitual encontrarse a las gentes segovianas paseando, entre tanto turista europeo.

Los precios en Segovia para comer o para tomar un vino no son elevados. No se confunda el turista, lo pueden ser si lo buscan. No hace falta comer en el restaurante Cándido para disfrutar plenamente de la gastronomía segoviana y castellana, sino que existen rincones más asequibles, con menús diarios de distintos precios, según su profundidad en la cultura castellana.

Segovia encantará a cada visitante, a cada persona que pise por primera vez sus calles. Eso sí, Trotamundos les aconseja que no pasen allí más de unos pocos días. Lamentablemente su oferta cultural termina aquí. Si lo que quiere es descansar, es la ciudad perfecta. Si lo que quiere es divertirse, tres días es el máximo recomendado.



lunes, 20 de octubre de 2008

Malaca, la ciudad colorista de Malasia


DIEGO ROVÉS / Madrid

Como casi todas las ciudades coloniales Malaca ha adquirido con el paso de siglos y culturas diferentes una refrescante armonía en lo diverso. Pero, a diferencia de cualquier otra, esta sorprendente ciudad de la costa oeste de Malasia no ha perdido ni uno solo de los colores de su historia.

Si bien es verdad que el período de colonización portugués no fue demasiado largo -apenas siglo y medio desde 1511 hasta que les fue arrebatada por los holandeses- y los restos arquitectónicos de la época muy escasos, el país luso dejó una gran huella en Malaca.

Tanto es así que algunos de sus habitantes aún hablan con orgullo el kristang, una lengua criolla mezcla de portugués arcaico y malayo.

Los nostálgicos pueden acercarse al Medan Portugis, un barrio costero de las afueras donde residen los descendientes de los colonos portugueses.

La arquitectura del barrio recuerda vagamente a la del país europeo y algunos restaurantes ofrecen especialidades de bacalao a la moda de Lisboa.

El lugar no tiene mucho de interés; pero es cierto que al asomarse a sus aguas tranquilas parece adivinarse por un momento el sonido lejano de un fado.

Nostalgias aparte, Malaca es actualmente una ciudad que vive del turismo. Y su calle Jonkers (ahora llamada Jalan Hang Jebat) es, sin duda, la más famosa de todas. Como corresponde a su origen, muestra todavía edificios antiguos con sabor holandés y los domingos se celebra aquí un mercadillo.

Chinatown, el barrio chino, también es un buen lugar para callejear en busca de artículos curiosos, como linternas doradas y rojas, ungüentos ceremoniales, o las multicolores zapatillas bordadas, tradicionales de las mujeres chinas.

Si la jornada se alarga, en una de sus calles más concurridas, Tun Tan Cheng Lock, el restaurante Peranakan ofrece especialidades baba-nonya en un local que merece la pena visitar sin prisas sólo por esperar mesa en su espectacular vestíbulo, con cama de opio incluida.

Un poco más adelante, en la otra acera, un edificio del siglo XIX alberga todo un Museo del Patrimonio Baba-nonya. Conocidos también como peranakan (literalmente ‘media casta' en malayo), forman una comunidad única de Malaca.

Descendientes de chinos (baba) que llegaron desde el siglo XVI y se casaron con mujeres malayas (nonya), conservan una fascinante mezcla de tradiciones y culturas, entre las que se incluye un dialecto propio.

Pero lo más interesante de Chinatown son sus templos. El más antiguo del país, el de Cheng Hoon Teng, sorprende por el colorido de sus tallas y las ofrendas de incienso y frutas a los seres queridos que ya no están; y uno se siente enseguida imbuido del ambiente general de respeto y veneración.

Callejeando despacio, el viajero disfruta de los detalles, que en la arquitectura del barrio chino son abundantes.

Tejados con remates imposibles, dragones pintados en molduras de yeso, mosaicos de azulejos y fachadas con sus características contraventanas de colores.

Dicen que el nombre de Malaca se debe a un príncipe hindú, que le dio a la villa el mismo nombre que a un árbol que abundaba en la zona. Lo cierto es que aquel pequeño puerto pesquero se convirtió en 1400 en la capital del primer sultanato malayo. La mezcla de culturas arranca precisamente de esa época.

Hoy su imagen en mármol recibe a los turistas que se acercan a visitarla y a contemplar la vista impresionante de la ciudad. Pero el mar está ahora un poco más lejos. Durante la última década del siglo XX se le ganaron terrenos para la nueva ciudad en expansión. Una nueva Malaca que se adivina también dibujada de colores.

domingo, 12 de octubre de 2008

Un hotel urbano, alternativa del sol y playa en Palma


DIEGO ROVÉS / Palma de Mallorca

Cuando el turista piensa en la isla de Mallorca, en el archipiélago español de las Baleares, es lógico que la primera imagen que le venga a la cabeza es la de una playa con sus consiguientes hamacas y hoteles a pocos metros. Sin embargo, hace ya tiempo que la isla intenta explotar el lado más cultural de su capital, Palma de Mallorca.

Son cada vez más los turistas que se acercan a la ciudad para pasar unos días y disfrutar de su arquitectura característica y sus monumentos, así como de la fantástica vista del puerto. Rotos y Descosidos ha encontrado un hotel urbano para los visitantes que busquen tranquilidad y buena situación.

Araxa, construido en 1953, está ubicado en una zona residencial, a escasas manzanas al sur de la zona del Poble Espanyol. Es una zona tranquila, repleta de casas unifamiliares y edificios de gran originalidad, sin apenas ruido de tráfico.

Para entrar al edificio, el huésped atraviesa el jardín, verde intenso, con numerosas palmeras y plantas que incrementan esa sensación de tranquilidad nada más llegar, una sensación de sosiego que crece aún más con el cantar de los pájaros y el sonido del agua de un pequeño estanque.

Es aquí donde podremos disfrutar del sol palmesano en una de sus 26 hamacas que rodean la piscina mientras tomamos una bebida del bar exterior.

La vista del visitante chocará con la fachada de Araxa, de estilo decadente, que le guiará hacia la puerta de entrada. A partir de esta puerta es donde reside el verdadero encanto del hotel, una exquisita elección de la decoración y la disposición del mobiliario, de estilo casi rústico.

Es en esta planta baja donde podremos entretenernos tomando algo en el bar de Araxa, en el que nos ofrecen todo tipo de bebidas entre las ocho de la mañana y las doce de la noche. Además, el bar tiene un servicio de snacks fríos y calientes hasta las once de la noche, un dato importante si tenemos en cuenta que es posible que no lleguemos a tiempo para el horario de comedor.

A través de una puerta podremos acceder al restaurante, donde desde las mesas del recinto, al igual que en el bar, el comensal podrá disfrutar de la apacible vista del jardín gracias a las continuas cristaleras que separan ambos espacios.

Las paredes están parcialmente adornadas con cuadros, grabados y azulejos dedicados a la tauromaquia y es de comentar la perfecta iluminación del local, debido a las lámparas que cuelgan del techo que constituyen grandes globos de luz blanca.

Para comer aquí, el cliente puede elegir entre un menú del día o la carta. El menú cuesta 15 euros, y Araxa nos ofrece un primer plato, a elegir entre tres, un segundo, a elegir entre otros tres, y el postre.

En cuanto a la carta, formada por platos de entre los 7 y los 20 euros, destacan las originales ensaladas y la comida típica de la zona, ésta última con reserva anticipada. Recomendamos en primer lugar el foie de pato al Armagnac, con un estupendo sabor y de textura firme.

La comodidad es un rasgo presente en todos los rincones del Hotel Araxa, y no iba a ser menos en las habitaciones, 72 en total, 51 dobles y 21 individuales, donde la dirección del hotel busca el mayor confort exigible, de modo que el cliente pueda llegar a sentirse como en su propio hogar.

Por ello, tanto el espacioso armario, como las sencillas mesitas de noche y el espejo y escritorio no son nada del otro mundo, aunque la línea estilística que siguen sea deliciosa a la vista. Aquí volveremos a ver la confianza que depositan en la madera como material base, tanto en el mobiliario como en el parquet del suelo, de un color caoba cálido.

Perfectamente combinado con estos colores base, el cliente encontrará la ropa de cama y las cortinas, que ayudan a rematar la gama cromática predominante en el establecimiento.

Es curiosa la presencia de una lámpara de pie en la propia terraza, justificada por la relajación que el cliente podrá experimentar al estar sentado en las confortables sillas de mimbre durante las suaves noches palmesanas. Eso sí, también tendrá que tener cuidado con las curiosas miradas de los vecinos que habitan el edificio de enfrente.

El establecimiento está orientado sobretodo a un público ejecutivo, clientes de empresa, por lo que ofrece entre sus servicios tres salas de reuniones, en ocasiones utilizadas para celebraciones privadas.

Dos de ellas, las grandes, miden 95 metros cuadrados aproximadamente, y están dotadas de todo tipo de comodidades, tales como proyectores, conexión a Internet, aire acondicionado y barra de bar. En el semisótano del hotel está ubicada la tercera sala, de 50 metros cuadrados, que cuenta con conexión a Internet, teléfono y aire acondicionado.

Hace ya algún tiempo que la dirección del hotel decidió ofertar un servicio añadido para este tipo de clientes, un spa. Y es que en el sótano del hotel el visitante podrá encontrar un pequeño gimnasio con todo tipo de maquinaria dedicada al culto al cuerpo.

Y es que es este rincón uno de los que más llama la atención, debido a lo espacioso y estiloso. Las paredes están en parte revestidas con pequeños y elegantes azulejos negros, que contrastan con el blanco de la parte restante de las mismas paredes y de los sanitarios.

La suma de todos estos párrafos no hace otra cosa más que recordar que para encontrar un rincón encantador en el que descansar satisfactoriamente no hace falta irse a parajes lejanos ni pagar la salvajada del siglo. El Hotel Araxa es uno de ellos, y Rotos y Descosidos estuvo allí.